Compuesto
por un círculo, un triángulo y un hexad, el Eneagrama es una figura
geométrica de nueve puntas que funciona como un símbolo procesal. Puede usarse
en la comprensión y en el estudio de cualquier proceso continuo, ya que, dentro
de su lógica, el final es siempre el inicio de un nuevo ciclo.
Es esta
riqueza de posibilidades la que explica la presencia del Eneagrama en diversas
tradiciones antiguas, desde el pensamiento griego de Pitágoras y Platón, hasta
las filosofías hermética y gnóstica, pasando por el judaísmo, el cristianismo y
el islamismo.
En el
mundo moderno, la presencia del Eneagrama se debe a Gurdjieff, filósofo armenio
que enseñó filosofía del autoconocimiento profundo a principios del siglo
pasado. Gurdjieff se encontró con el símbolo en uno de sus viajes y comenzó a
utilizarlo como un modelo de procesos naturales.
Algunos
años más tarde, Oscar Ichazo, filósofo boliviano que, así como Gurdjieff,
sentía fascinación por la idea de recuperar conocimientos perdidos, investigó y
resumió todos los elementos que componen el Eneagrama. A principios de la
década del 50, Ichazo asoció las nueve puntas del símbolo a los nueve tributos
divinos que se reflejan en la naturaleza humana, provenientes del culto
cristiano. Nacía entonces la relación entre el Eneagrama y los tipos de
personalidad. A lo largo de los años siguientes, Ichazo estableció la secuencia
adecuada de emociones en el símbolo, para lo cual diseñó más de 108 Eneagramas
y describió procesos, creando así el primer mapa de la psiquis humana para
evaluar el nivel de consciencia.
Finalmente,
en 1970, el médico psiquiatra Claudio Naranjo estableció una correlación entre
los tipos de Eneagrama y las características psiquiátricas que conocía, con lo
cual comenzó a extender las resumidas descripciones de Ichazo, armando así un
sistema de tipologías.